lunes, 9 de septiembre de 2013

Afluentes... Parte I

Aquella noche, como todas, hacía mucho frío en el desierto por el que se pasaba divagando día a día pero no le importaba, hacía ya un tiempo que había dejado atrás su anterior vida y en ningún momento se le había ocurrido mirar atrás siquiera para esbozar un recuerdo en las solitarias noches a las que sobrevivía gracias a las pequeñas nociones para resistir en situaciones extremas que la vida le había ido enseñando y, habiendo planeado antes de irse de su anterior vida lo que le iba  esperar a partir de entonces, llevaba piezas de abrigo suficiente para aguantar las bajas temperaturas. Todo lo que acompañaba su viaje era su mochila y lo que había dentro de ella, una lona con cuatro cuerdas y dos palos que improvisaba como tienda, la ropa de abrigo para las noches, una pequeña silla plegable, tres cantimploras que llenaba eventualmente al encontrar un oasis, una pequeña colección de gorras, lo justo para su higiene personal, algunas prendas frescas para las duras mañanas, una gran libreta y decenas de bolígrafos, aunque todo esto no ocupaba ni la mitad que las ganas que tuvo de marcharse de la ciudad y encaminarse a la aventura convirtiéndose en ermitaño del desierto. La rutina cada día era la misma, se levantaba temprano con los primeros rayos de sol y comenzaba a caminar, con suerte encontraba agua o algún mercader ambulante donde conseguir comida para los próximos días, entre paseo hacia un lado y hacia otro iba cayendo el sol y él colocaba su sillita en la arena para ponerse a contemplar las primeras estrellas que aparecían en la noche y, en más de una ocasión, cogía su gran libreta, uno de los bolígrafos y comenzaba a escribir aquello que esas estrellas le susurraban, tenía ese don especial; al caer la noche y comenzar las bajas temperaturas cogía su ropa de abrigo y articulaba la tienda, entraba y se ponía a dormir, así día tras días, tanto los malos como los buenos.

Pasaba ya el cuarto día sin comida y las fuerzas empezaban a flaquear, en algún momento dejaba de pensar que la muerte era una opción probable en ese momento buscando alguna silueta en el horizonte que pudiera ayudarle pero todos esos gastos de la poca energía que le quedaba a su cuerpo eran en vano, se quitó la mochila de la espalda, la dejó caer al suelo y acto seguido se dejo caer él en la cálida arena apretándola con fuerza, notando como cada grano de arena se escapaba de su mano y él se hundía poco a poco entre ella; en ese momento cerró los ojos con la idea de no volver a abrirlos y si que se puso a recordar todo aquellos momentos pasados que nunca había vuelto a mirar desde que entró en el desierto, todo aquello que le había hecho escoger ese camino por el cual estaba a punto de fallecer pero sin arrepentirse de la decisión en absoluto, recordó las risas, insultos, palizas y todo aquello que, en su infancia se convirtió en el pan de cada día y que, aunque en menor cantidad, se seguían repitiendo, por eso decidió marcharse. En ese momento era un cuerpo yaciente entre la arena a punto de fusionarse totalmente con ella, un ser inconsciente que ya se había mentalizado de no volver a sentir nunca nada más, un escritor fracasado en la fin de sus días, pero cuando todavía asomaba la punta de la nariz del cuerpo, alguien pasó por esa zona y se sobresaltó al clavar la pierna en la arena y pisar lo que parecía un brazo y, tras recuperarse del shock, desenterró el cuerpo y lo llevó con él. 

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Esta es la primera parte de el relato ganador del primer concurso de relatos que la plataforma Bloggerizados realizó. En breves publicaré la segunda y última parte del mismo.

Bueno, nada más por hoy, disfrutadlo y compartidlo. Seguid con vuestras cómodas vidas. 

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