miércoles, 13 de marzo de 2013

"La frontera de la cordura" Capítulo 3

La vida en la ciudad
Aquellos inmensos muros redondeaban el lugar y él los miraba desde abajo cada vez que se acercaba sintiéndose tan diminuto que el mismo sentimiento le hacía encogerse en si mismo y adorar aquella monotonía e igualdad en la cual vivía. Él no tenía nombre, no lo necesitaba en aquel lugar; más que vivir la gente ahí estaba ordenada, organizada, toda esa sociedad se movía en un equilibrio tan estricto que el más mínimo indicio de posible cambio era reprimido y eliminado en el mismo momento en que se detectaba, siempre que lo hiciera uno de todos aquellos guardas que, sin descanso, patrullaba la Ciudad día tras día en un lugar donde no se diferenciaba demasiado el día de la noche por la continua niebla gris que la cubría y por donde no pasaba ni el más mínimo atisbo de luz blanca que pudiera animar mínimamente aquella situación. Él, cada vez que caminaba con su padre por las calles de la Ciudad se daba cuenta, la gente vivía apagada, las calles eran idénticas una a otras y prácticamente todos los edificios que poblaban esas calles eran idénticos entre si.
En este clima comenzó un nuevo día en la gris Ciudad, un día como otro cualquiera si no fuera porque estaba lloviendo, un fenómeno que hacía ya mucho que no pasaba, la nube gris debía estar enfadada por algo. Él se quedó en casa, las reglas de la Ciudad estipulaban que todos los alumnos debían aparecer en sus aulas con un aspecto inmaculado, condición que a él le impedía la lluvia, por lo que, para la mayoría de niños y jóvenes, los días lluviosos eran días de fiesta y descanso; pero su padre no estaba en casa, a los adultos se les obligaba a ir a trabajar todos los días independientemente del tiempo meteorológico, el gabinete de la Razón no indicaba nada acerca del aspecto de los trabajadores que ejercían algún tipo de trabajo manual, como era el caso de su padre, un carpintero más que trabajaba en los talleres con el resto de obreros que vivían ahí. El resto de los habitantes que no estaban en los talleres ejercía los "trabajos de clase alta", eran los que ofrecían servicios directos al resto de habitantes y que habían requerido la consecución de un titulo tras pasar ciertos exámenes que el gabinete de la Razón ofrecía a todos aquellos que quería ascender en aquel estatus social tan rígido que imperaba en la Ciudad.
Él debería estar haciendo la tarea que le había sido asignada al no poder asistir ese día a clase, pero le era imposible; desde aquella tarde cuando su padre le hablo de la muralla y de lo que albergaba fuera su mente se había dispersado y le costaba mucho mantenerse concentrado. Miró por la ventana de su casa y en la calle todo era igual que siempre, vías grises y desiertas donde no existía ni el más mínimo desorden. Una fugaz idea atravesó en ese momento su cabeza, una fuerza descomunal que destrozó los esquemas que ese sistema le había inculcado como ciudadano de ese lugar. Pensó que no todo debía ser como parecía, no todo tenía porque ser tal y como lo veía, todo albergaba algo escondido y ese algo debía ser encontrado así que comenzó a buscar ese secreto escondido en su propia casa. No tenía un objetivo claro pero comenzó a buscar debajo de los muebles, detrás, dentro de los cajones, hasta llegar a la puerta de la habitación de su padre, nunca había entrado ahí, la única idea posible que tenía de como era aquella sala era por las pocas veces que había conseguido echar una ojeada al pasar por ahí delante. No sabía que hacer, por un lado su nuevo instinto explorador le forzaba a entrar pero por otro lado seguía muy ligado a ese orden que le habían impuesto desde pequeño y no le gustaba romperlo, pero tras un pequeño pero esclarecedor debate interno abrió aquella puerta. Aquella escena para él era espantosa, había ropa tirada por encima de la cama y por el suelo en lugar de estar debidamente plegada y en su sitio en el armario, la cama estaba deshecha y tenía miles de hojas esparcidas por todas partes; no sabía si alegrarse o salir de ahí y hacer como que nada había pasado pero de nuevo, su recién adquirido sentido de la aventura, le hizo entrar a la habitación e investigar sus rincones más profundos. La sensación de caminar por ahí le producía una repugnancia enorme, era la primera vez y pensó en no repetir, pero el morbo de encontrar cosas nuevas era tan grande que se le olvidó por momentos al encontrar al fondo del armario un maletín cuidadosamente escondido; sus ojos se abrieron como platos y se iluminaron de una manera sobrenatural en aquel lugar tan oscuro. Lo cogió y lo subió a la cama, después de examinarlo por fuera abrió la tapa y vio en su interior muchos papeles debidamente organizados, entre ellos le llamó la atención un pequeño libro y un sobre; el libro estaba minuciosamente encuadernado y aunque parecía ya viejo estaba en buenas condiciones, y del mismos modo estaba el sobre. Se acercaba la hora en que los trabajadores volvían a casa, así que cogió las dos cosas, entró en su habitación y las escondió de la mejor manera que supo, dejando la habitación de su padre tan y como la había encontrado.
Notaba que algo él estaba cambiando, antes no se le habría ni ocurrido entrar en la habitación de su padre y ahora le había quitado algunas de sus pertenencias, no le gustaba, sabía que estaba mal, pero algo dentro de él le incitaba a seguir y, por miedo o por curiosidad a esa voz, hacía todo lo que ella le decía.
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Bueno, aquí tenéis el tercer capítulo de eso a lo que yo llamo novela después de una semana y poco de descanso. Ahora supongo que la semana que viene estará el segundo capítulo del que tampoco voy a requerir de vuestra ayuda para elegir, las ideas se van esclareciendo en mi cabeza, no demasiado pero lo van haciendo.

Bueno, nada más por hoy, disfrutadlo y compartidlo. Seguid con vuestras cómodas vidas.

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